miércoles, 23 de julio de 2008

Crónica de un ex fumador

Día 23

Hoy vino Jorge. Me trajo unas naranjas que compró en San Pedro. Le conté de mi sueño. Se rió. Yo me puse muy serio y le pregunté de qué se reía, si no entendía la gravedad del asunto. Qué gravedad, quiso saber, de qué asunto hablaba? Traté de explicarle lo mejor que pude acerca de los peligros de nuestra civilización, de nuestro modo de vida. Entonces fue él quien se puso serio, y me dijo lo siguiente : “Sabés Antonio, te prefería cuando fumabas”. Sin decir más pegó media vuelta y se fue. Me tomé la fiebre. Treinta y nueve marcaba el termómetro. Me acosté y dormí el sueño de los justos.

Día 24

El Cairo. Fresco como una lechuga. Vuelvo una vez más a recuperar mis mañanas en este café. Últimamente vengo sólo de mañana, y muy temprano, antes de que los olores putrefactos de la cocina arruinen el aire que es tan puro como puede serlo cualquier aire en una ciudad sucia y llena de polución. Pero no me quejo, por lo menos los fumadores tienen vedada la entrada a mi santuario. El sólo hecho de pensar que yo vine alguna vez a este lugar para llenarlo de humo me da vuelta el estómago de vergüenza y arrepentimiento. Desde la ventana veo pasar a los fumadores y les hago burla en mi imaginación. Los detesto. Por gracia divina aprendí a detestarlos y a detestar mi pasado de humo sucio y estéril. Puedo olerlos a la distancia, en este café, a los que fuman. Les siento el olor en la ropa, en las manos, en la cara misma. Puedo reconocerlos sin esfuerzo, tienen la expresión de los que sufren, de los condenados. No deberían dejarlos entrar.
Me quedé pensando mucho en lo que me dijo Jorge, es algo que me impresionó mucho, impactó en lo más hondo de mi ser. Lo creía mi amigo, lo creía puro, pero no es más que un débil, como todo aquel que no acepta el cambio positivo. Mi nuevo estilo de vida es un reto para muchos, difícil de entender y aceptar, ya que yo mismo acepto tan poco. Fui invitado un par de veces a cenar con amigos, pero al verlos tomar y comer no podía más que recordar mi pesadilla y juzgarlos perdidos, eternamente condenados a una vida de consumo fácil y superficial. Todos me felicitaron por mi cambio de vida, ignorando hasta qué punto éste se dio. Se pasaron la cena hablando del cigarrillo, de lo mal que te hace, de lo bueno que es dejarlo. Yo no podía escuchar más, ni verlos llevarse la comida a la boca como animales desnutridos, y bajarla con el vino como si fuera lo más normal del mundo. Asqueado, me retiré temprano, diciendo que tenía que trabajar en mi libro.
El moso me trae mi té de manzanilla con cara de desconcierto, hace esto todas las mañanas. Me desconoce, y yo a él.

2 comentarios:

DiegoS dijo...

Veo que está muy prolífica, A mi también me cae mejor la gente en el período en que hace cosas que en la época en la que ya han dejado.

Anónimo dijo...

una alegría tenerlo de vuelta diegos.