viernes, 18 de julio de 2008

Crónica de un ex fumador

Día 22

En cama. Me atacó una fiebre espantosa. Estoy convencido de que es la fatal consecuencia de mis excesos pasados. Y así la tolero, manso y entregado al más profundo arrepentimiento. Todo se paga en esta vida, y yo me siento feliz de pagar si esto significa que estoy purificando mi organismo de todas aquellas bacterias que yo mismo invité a convivir en mí. Venid bacterias! Cubridme por completo! Pues cuando me hayan dejado seré limpio y puro como un recién nacido.
No sé si fue producto de la fiebre o de mi espíritu convulsionado, pero anoche fui visitado por visiones terroríficas. Encontrábame yo en una especie de reunión social. El lugar era pequeño y casi no entraban todos los invitados. Se rozaban las espaldas y los codos; las cabezas parecían salir todas del mismo torso. Era algo nauseabundo. El ruido era infernal : risas estrepitosas, llantos llenos de amargura y desesperación, gritos insensatos, y una tos seca que retumbaba en todo el salón. La gente fumaba y toda la habitación estaba cubierta de humo, al punto que casi no se podían distinguir las siluetas. Todos con un vaso en la mano, tomaban y comían con desesperación, agarrando la comida con las manos y lanzándola a la boca de los otros como proyectiles. Todos abrían la boca bien grande y atrapaban pedazos de comida que volaban por el aire. Se servían champán en cantidades, tirándolo al piso, contra las paredes, sobre ellos mismos. Desde el fondo del salón, alguien tocaba una melodía árabe con una flauta, y la melodía parecía estar dirigida a mí, invitándome a participar. Me resistí todo lo que pude, acorralado en un rincón, apretándome contra la pared lo más fuerte que podía, como queriendo atravesarla. Pero de pronto la pared se volvió blanda y viscosa, de un verde amarillento muy desagradable, y grandes gusanos empezaron a salir de ella. Espantado corrí hacia el gentío. Lo atravesé como pude, guiado por la melodía. Podía sentir cómo manos extrañas me tocaban al pasar, y pedazos de comida se estrellaban contra mi cara. Finalmente llegué al final del salón y me encontré con una especie de tarima, y allí, sentado sobre un almohadón, estaba Jorge, rodeado de mis amigos, tocando la flauta y sonriendo maliciosamente. De pronto la flauta dejó de ser una flauta para convertirse en un cigarrillo gigante, y en lugar de la melodía me envolvía el humo del cigarrillo, atrapándome. Mi propio grito me despertó. Tenía toda la ropa empapada en sudor. Me levanté y me di una ducha caliente. Para mi gran sorpresa, mientras me duchaba me largué a llorar. Lloré como hace mucho no lo hacía, lloré como un bebé desahuciado, como un hombre quebrado. Sí señores, lloré.
Si escribo en este diario la horrenda experiencia de anoche es sólo para dejar asentado que después me sentí libre y liviano, puro y limpio de todos mis errores pasados.

4 comentarios:

Estrella dijo...

Día 22, ya casi estas. Uno o dos más suños como éste y listo.
Lo del pucho gigante me hizo mal... qué asco.

Anónimo dijo...

jaja, este Antonio...
saludos estrella, ya estás pensando dejar de fumar?

Anónimo dijo...

Hola Marilyn! paso a saludarte ya que sé que ésta sos vos...nena, hagamos vino en estyos días....besos

Anónimo dijo...

hola Pipurina! dale, le demos al vino pronto, a mí ya me pasó la fiebre, quedan mocos nomás...
besos