domingo, 2 de noviembre de 2008

No es un día más.

Despierto con el sueño pegado al cachete. Pienso en la noche y es un blanco. Pienso en el día y es otro. No soy, aún. Lo festejo con una pequeña mueca de asco y un bostezo que se prolonga más de lo debido. Decido, muy a pesar mío, levantarme. Arrastrando sábanas y deseos reprimidos voy hasta el baño y me lavo todo rastro de la noche que ignoro. Mi cara espejada es un enigma cotidiano. Me lavo los dientes para cerciorarme de que existo. Bajo las escaleras hasta la cocina donde descubro que cené empanadas del delivery. Sobra una que resulta ser de jamón y queso. Siempre sobrio en gustos, me la como con gran deleite. El perro me lame los pies y a mí me repugna mi propia humanidad. Le devolvería el gesto pero la elongación matutina no me da para tanto. Como si me hubiera leído la mente, se pone en dos patas y me lengüetea la cara. El mejor amigo del hombre. Busco en mi memoria algún acontecimiento de la noche anterior, pero sólo encuentro un punzante dolor de cabeza que transmuta en arrepentimiento. No beberás. Pongo el agua a calentar y observo un día soleado; calor incipiente que me roza el cuerpo y un escalofrío de pavor me sacude todo. Suena el teléfono y lo compruebo, es mamá. Es domingo.