martes, 8 de julio de 2008

Crónica de un ex fumador

Día 7

Domingo. Día difícil para algunos, sobre todo si no se tiene familia (y aún más si se la tiene), y si los amigos se han convertido en harpías que uno se ve obligado a evadir. Como viene siendo mi costumbre me la pasé todo el día en el baño, metido en la bañera, sólo que esta vez me agarré una borrachera como pocas veces. Todavía estoy intentando salir de ella y volver a una sobriedad que me permita ver las cosas con mayor claridad. Todo empezó cerca del mediodía, cuando uno de mis personajes entró en crisis, y, para no ponerlo a fumar, decidí que se tomara unas copas de vino, cosa que fue un error porque sus ganas de tomar me las transmitió a mí, y sus ganas, o debería decir las mías, de fumar, fueron suplantadas por el mayor vicio de todos en estos tiempos que corren, después del cigarrillo : el alcohol. Mientras escribía, y para hacerlo más verosímil, ejem, me fui a buscar una botella de cabernet que tenía en la bodega, y así fue como me instalé en el baño a seguir escribiendo. A medida que avanzaba la trama, decrecía el contenido de la botella. De mi novela pasé a unos poemas en demasía floridos ensalsando por demás las virtudes del alcohol y así de poema en poema me fui poniendo yo cada línea más borracho. La pasé divinamente. Estaba yo en la bañera, envuelto con una manta, escribiendo efusivamente y deleitándome con cada una de mis frases, hasta que escribir ya no me bastó y sentí la necesidad, o debería decir la necedad, de comunicarme en vivo y en directo con seres hablantes. Debo confesar que fue con gran esfuerzo que conseguí desenroscarme de la manta y salir de la bañera. Me inundó una repentina sensación de mareo y nauseas, a la que no hice caso. Tambaleándome me vestí y salí de mi casa. Arremetí hacia El Cairo, diciéndome que esta vez sí, esta vez iba a poder quedarme sentado y disfrutar de una velada pacífica e intelectual. Llevé conmigo a Pessoa, gran tomador (y fumador), sin miedo alguno, abrazándome al libro como para no perder el equilibrio. Nos sentamos en la que solía ser mi mesa de siempre y entablamos una productiva conversación. Al rato vino el mozo, me saludó cordialmente, qué bueno tenerlo de vuelta señor; yo le sonreí con picardía; él me miró perplejo. El señor va a tomar...sí, pensé, voy a tomar, quedate tranquilo que voy a tomar. Un whisky, le dije, y le guiñé un ojo. Él sonrió y se retiró moviendo la cabeza de un lado a otro. “Fracasé, como toda la naturaleza”, decía Pessoa. Se me escapó una risotada tan fuerte que los de las mesas contiguas se dieron vuelta para mirarme. Jeje, dejé de fumar, les dije, y, acto seguido enrojecí y volví a meter la cabeza en el libro. El mozo me trajo el whisky, me lo tomé de un solo trago y pedí otro. Hoy estamos de buen humor, dijo el mozo. Excelente, le respondí, y sonreí maliciosamente. Una vez más el ir y venir de su cabecita mientras se retiraba con mi pedido. “...todo vegeta en mayor o menor grado y con mayor o menor complejidad.” Muy cierto, me dije, y largué un suspiro sonoro. Otra vez miraditas provenientes de la mesa de al lado. Cosa extraña, me sentía acompañado como hace rato no me pasaba, por Pessoa, por supuesto, pero también por las miradas de los otros comensales y el ir y venir de la cabecita del mozo. Todo estaba en concordancia conmigo, formábamos una orquesta estupenda, la cual yo dirijía. Ahora ustedes se van a dar vuelta y me van a mirar, y ahora vos vas a mover la cabeza en un gesto de perplejidad y quizás desaprobación. Y todo esto lo van a hacer porque así lo dispongo yo.
Después de tres whiskies y el desasosiego de Pessoa retumbándome en la cabeza, pedí la cuenta y salí del café con la mayor dignidad posible, no sin antes despedirme efusivamente del mozo y de mis vecinos de mesa con un buenas noches a todos, queridos, queridísimos compañeros, les deseo lo mejor, la salud, sobre todo, hermosa gente que no fuma!! O algo por el estilo...Una vez en la calle, respiré profundamente el aire mortecino de la ciudad y me dirijí hacia mi baño. Pero resulta que en el camino me encuentro con una hermosa chica que no debía tener más de veinte años y que fumaba un cigarrillo mientras hablaba con otra. No pude evitarlo, y fui yo, créanme, el más sorprendido. No tentés que fumás, le dije, tratando de controlar mi mandíbula. Qué?, me dijo ella con la cara desfigurada. Que no tennnés que fffumar, jeje. Y una vez más me sonrojé y seguí mi camino mientras escuchaba los insultos de la chica y su amiga. Bien merecidos los tuve. No quise hacerlo, pero, teniendo la guardia baja, nació de mí mi primer reacción de ex fumador. Nuevamente a salvo en mi bañera, lo recuerdo y me maldigo.

1 comentario:

Estrella dijo...

Ja! Muy divertidas las peripecias del día 7.
Con el desasosiego de Pessoa no hay ánimo que aguante: que se venga el cigarrillo, el whisky, la grapa, el tinto...