domingo, 13 de abril de 2008

Salvación

Le tiemblan las manos; algo en su garganta le dificulta el tragar. Se toca reiteradamente el pelo como cerciorándose de no estar quedándose pelada, pero lo único que logra es quedarse con tres o cuatro pelos en la mano que distraídamente deja caer al piso con desdén. Se siente irritable y molesta; algo no le permite seguir el hilo de la historia que está leyendo. Deja y retoma el libro con un gesto de autómata. Es evidente que algo la preocupa, trastornando incluso su cavilar, pues no hay pensamientos en su cabeza, sólo tribulación y caos. Un caos de nada, un caos vacío. Espera.

La sala de estar donde se encuentra está compuesta por una mesa raída, con sillas que alguna vez pertenecieron a otras mesas; un sillón con el vientre reventado por tanto peso humano, y un televisor que permanece prendido a lo largo del día. A excepción de Lucía, la sala se encuentra desierta, con un cierto aire de abandono que la vuelve más lúgubre todavía. Como haciéndole burla, la sala también parece esperar, con la patética paciencia que se le atribuye sólo a los muertos.
Desde el patio se infiltran las voces de los otros que ríen y piden cigarrillos y fuego. Finaliza la hora del almuerzo. Lucía prende un cigarrillo, imitando inconscientemente a los otros, los del patio, los que no esperan. Pero en ese lugar todos esperan; esperan la hora del almuerzo, el momento de ir a fumar al patio, la hora de la siesta, la merienda, las visitas, las pastillas, el programa de televisión preferido, el ataque de pánico, la violencia y la desesperación, propia o ajena. Esperan que algo estalle, en ellos o en los otros. Ya no esperan la salvación, se saben condenados.
En la casa las reglas son estrictas y todo tiene un horario .Nada es dejado al azar, siendo el azar lo que los reunió allí. Con Lucía tuvieron que hacer una excepción; no reconoce ni el tiempo ni el espacio, no sabe dónde está ni en qué momento de su vida, o cómo y por qué llegó allí. Sólo espera. La dejan tranquila porque se ciñe a esta tarea autoimpuesta con más disciplina de la que se podría esperar de los otros, de cualquiera.

Repentinamente todo es silencio alrededor de Lucía, ya no se escuchan ni las voces de los otros, ni sus risas y pasos torpes.
Una figura difusa vestida con un camisón y bata de seda entra en la sala donde se encuentra Lucía, quien viste un atuendo similar. En el instante mismo en que hace su aparición la figura, el cuerpo de Lucía se relaja; permanece sentada; sus pupilas se dilatan y un brillo nuevo se asoma a sus ojos. “Viniste”, dice con vos trémula.
“Claro, no vengo a verte todos los días?”
“Sí, y todos los días te espero como si fuera la última vez.”
“Esta es la última vez. Vine, sí, para despedirme.”
Lucía reprime un sollozo, se para, se vuelve a sentar. La figura se le acerca, pero no la toca.
“A dónde te vas?”, pregunta Lucía.
“No llores, es mejor así”
“Cómo puede ser mejor? Por qué?”
“Ya es tiempo. Pasaron quince años. Es tiempo.”
“Quince años”, murmura Lucía, como si fuera un espléndido disparate que escucha por primera vez. “Quince años?”, repite sin entender.
“Quince años es mucho tiempo”, dice la figura, “ya sos grande, toda una mujer. Es hora de salir al mundo.”
“El mundo”, repite estúpidamente Lucía.
“El mundo”, hace eco la figura, “lo que está afuera, donde vivíamos.”
Un destello de luz atraviesa la mirada de Lucía. “Pero si nunca vivimos en el mundo, mamá. De qué mundo me hablás? Este, vos, esto es el mundo.”
La figura la mira con ojos llenos de ternura. Se acerca aún más, extiende su mano como para tocar el rostro de Lucía, pero la retrae. La mira un instante más, los ojos llenos de una oscura compasión. Retrocede unos pasos y abandona la habitación.
“Mamá”, llama Lucía.
Silencio. La sala quedó vacía. Lucía mira a su alrededor, pánico en sus ojos. Se aferra a su bata y la huele. Su cuerpo se vuelve a relajar. Alguien se acerca a la puerta y la escucha decir “Te espero mañana”. La enfermera entra en la sala y le pregunta a Lucía si necesita algo.
“Nada”, reponde ésta con firmeza y prende un cigarrillo.

3 comentarios:

AleLo dijo...

una historia de las muchas que vivo en el hospital, pero esta vez bellamente escrito...
Un regalo para Ud en mi blog!
Besosossss

DiegoS dijo...

Hola:
Me transmite un clima super oscuro.

Anónimo dijo...

Supongo que la demencia es oscura, como el interior del cuerpo humano.