jueves, 3 de abril de 2008

Delirio

Nilda trabaja como cajera en un pequeño supermercado. Es extremadamente rigurosa y eficiente, al tener la convicción de que el supermercado le pertenece. Ninguno de los otros empleados y encargados sabe de esta profunda convicción y es por eso que encuentran a Nilda un tanto extravagante e insufrible. En un estado de gran tensión y nerviosismo, se la pasa dando órdenes a sus compañeros y pierde la paciencia y la compostura cuando alguno de ellos comete un error o se mueve con parsimonia. Al principio, esta actitud de Nilda los irritaba y asustaba un poco, pero con el paso del tiempo llegaron a aceptarla, ya que su comportamiento se convirtió en la única diversión que rompiera con la monotonía del trabajo. Se entretenían observandola, su pequeña figura de músculos siempre en tensión, con su rodete impecable, apenas unos suaves mechones rubios que le caían sobre la frente y que Nilda ignoraba. Pero estos mechones dispares le daban un aire juvenil que la rigidez de su rostro y cuerpo contradecían. Constituían una excepción en su fisonomía, algo que apenas si la acercaba a resultar enternecedora. Los encargados, que eran dos, no compartían este punto de vista. Pero la excelencia y exactitud con que Nilda llevaba a cabo su trabajo – algo nunca visto en una cajera de supermercado – compensaba el hecho escalofriante de que estuviera loca de remate. Se movía con agilidad y presteza, nada se le escapaba. Resultaba difícil interferir con semejante personalidad.
Hacía ya un año que Nilda supervisaba su supermercado con cariño y esmero. Gracias a ella ya no faltaban mercaderías y todas las cajas se encontraban a disposición de los clientes. Estos tampoco conocían el secreto de Nilda, pero confiaban ciegamente en ella y su caja estaba siempre congestionada, aún cuando las otras tuvieran sólo dos clientes esperando. La fila que se aglomeraba tras la caja de Nilda desaparecía con una rapidez inusual. Jamás cometía un error ni requería de la asistencia de otros cajeros o de los encargados. Nunca le faltaba una birome (se aseguraba de llevar cinco nuevas todos los dias), y siempre tenía monedas para dar cambio a los clientes. Los demás cajeros comenzaron a dirijirse a ella cuando surgía algún problema, en lugar de dirigirse a los encargados, quienes, a esta altura, empezaron a dejarse estar, apoyándose en la excelencia de alguien a quien seguían considerando una simple cajera, aunque, en el fondo sabían que dependían cada dia más de ella, a pesar de sus sospoechas de que algo no encajaba.
“Qué le pasa a esta?”, se preguntaban. “Dejala”, decía Jorge, un hombre pelado de panza abundante que se dedicaba a pasearse por la fiambrería en sus momentos de ocio. Ernesto, el otro encargado, nunca sabía si esto lo hacía atraído por la chica de la fiambrería, una morocha atractiva y vivaz, o por los encurtidos, probablemente más vivaces y atractivos para Jorge, pensaba maliciosamente Ernesto, en sus momentos de ocio. “En fin”, concluía siempre Ernesto, “qué maquinita nos conseguimos con esta, no hace falta ni enchufarla”.
Al finalizar su jornada laboral, a las seis de la tarde, Nilda no iba derecho a casa sino que recorría los otros supermercados de la zona para estudiar precios, variedad de mercaderías, asi como el desempeño de los empleados. Entraba sigilosamente y observaba todo con sus pequeños ojos de roedor, abarcando el supermercado entero con su mirada. Recopilaba datos y, una vez en su cuarto de pensión, hacía números y le venían a la cabeza brillantes y audaces ideas para mejorar el servicio que brindaba a sus clientes. Al dia siguiente, informaba de esto a los encargados y empleados mientras se preguntaba por qué ponían esa cara de sorpresa e intercambiaban miraditas divertidas. Llegaba finalmente a la conclusión de que no compartían su espíritu de progreso y que si fuera por ellos el supermercado se iría al quinto demonio. Pero mientras ella estuviera in situ y los tuviera cortitos, el barco no corría peligro de naufragio.
Desgraciadamente, tanta actividad desenfrenada y el estrés correspondiente comenzaron a afectar su salud. Sufría de insomnio y le costaba levantarse a la mañana. Se daba cuenta de que su cabeza no estaba funcionando con la rapidez y lucidez habituales en ella.
La Sra. Etcheverri, dueña de la pensión donde vivía Nilda, de unos sesenta años de edad y con un fuerte instinto maternal, notó el cambio en la actitud de Nilda y, preocupada por la salud de su pensionista (siempre puntual en el pago), se decidió una mañana a preguntarle si tenía algún problema de salud o personal. “Sí, el personal”, le respondió Nilda con un suspiro, “me está dando mucho trabajo, no cooperan, vio”. La Sra. Etcheverri, confundida, le preguntó de qué hablaba. Fue así como se enteró del supermercado y de las demandas que le imponía a su dueña. La Sra. Etcheverri la miró perpleja. No entendía qué hacía la dueña de un supermercado viviendo en una pensión de mala muerte, no entendía qué hacía trabajando en el supermercado siendo la dueña, y menos aún, como cajera. Pero la Sra. Etcheverri no dijo nada de todo esto sino que se limitó a escuchar y desearle un buen dia. Pero esa misma noche interceptó a Nilda y le dijo que quería hacerle una sugerencia. “Conozco un profesional que la puede ayudar. Es evidente que está usted muy estresada mi querida. No se preocupe por los honorarios, los puede discutir con él, dígale que va de parte mía. Es un hombre muy flexible, ayudó mucho a mi cuñada, ella no podría haberse dado el lujo de ir con un profesional de su talla”. Nilda la miró sin comprender y una vez que comprendió dudó. Le pareció exagerado, ridículo, eso era para gente que no estaba tan ocupada como ella con semejantes responsabilidades. “Insisto”, dijo la Sra. Etcheverri, “es precisamente para gente como usted”.
Pasaron unos dias hasta que Nilda, exhausta y francamente preocupada, se decidió a ir a ver al Dr. Z., médico psiquiatra.
Su primera impresión fue buena. El Dr.Z. era un hombre de unos cincuenta años, canoso, que usaba lentes y lucía una barba blanca bien cuidada. Era la imagen del profesional concienzudo que Nilda tanto respetaba. A la primer entrevista, en la cual Nilda le contó de las exigencias de su trabajo, le siguieron varias otras en las que insistía con el asunto que tanto la consternaba, los empleados, la mercadería, los precios, la competencia; mientras, el Dr. Z. le hacía preguntas con el propósito de desviarla del tema. No fue fácil. Pero pronto Nilda se encontró hablando de su familia, de su infancia, y otras cuestiones que según ella no tenían nada que ver. Sin embargo, el Dr.Z. resultó ser un hombre muy persuasivo y Nilda empezó a confiar ciegamente en él. Le habló de su padre, un hombre severo y autoritario quien nunca creyó en ella y apenas si notaba que existía, volcando toda su atención en sus dos hermanos mayores. Su madre, mujer débil y sumisa, esperaba que Nilda siguiera su ejemplo y contrajera matrimonio con un hombre de fuerte personalidad y sólidos principios. Sus hermanos prosperaban en sus respectivas profesiones (ambos serían contadores como el padre) y Nilda prosperaría a la sombra de un hombre próspero. Cansada y agobiada por el plan familiar dejó la casa paterna a los veinte años para buscar un trabajo en el cual prosperar en base a su propia fuerza y excelentes cualidades, hasta entonces ignoradas por todos. Lo primero que encontró fue un trabajo de cajera en un pequeño supermercado. Pero pronto, debido a su gran talento y perseverancia...
En este punto del análisis Nilda retomó su tema preferido y le contó todo al Dr.Z. acerca de su asenso en el plano laboral y cómo un dia, debido a la trágica y repentina muerte del antiguo propietario y gracias a sus ahorros, se encontró dueña y señora del supermercado.
El Dr.Z., muy excitado por el delirio de Nilda, la instó, esta vez, a seguir. La escuchaba fascinado; sus lentes subían y bajaban al ritmo de sus cejas; su barba blanca temblaba de emoción; su frente amplia transpiraba por el calor que producían en su cerebro las palabras de Nilda. Un delirio perfecto, bien tramado, sin lagunas, prolijo como pocos, de una practicidad rara vez vista en un delirio; una joya delirante esa mujercita tenaz y laboriosa! Pero bien, había que poner fin a todo eso, derribar ese espléndido castillo de naipes, por el bien de todos, y para justificar sus honorarios.
Nilda se sentía muy feliz de poder hablar con el Dr.Z. Al fin alguien se interesaba por ella, la escuchaba, la comprendía, se preocupaba por su bienestar. Y todo a cambio de casi nada. El Dr.Z. había sido muy generoso y ella podía darse el lujo de pagarle sin que esto hiciera un agujero en su economía. Pensando en esto, concluyó que si ella fuera psiquiatra, cobraría sin dudas mucho más, y se preguntó cuánto necesitaría cobrar cada sesión para mantener el estilo de vida al que se había acostumbrado. Inmediatamente se dio cuenta de que era una locura pensar así, ella no era psiquiatra ni lo sería jamás. Aceptar esto le produjo un alivio inmenso y al librarse de semejantes cálculos su mente quedó libre para pensar en otras cosas. Después de todo, ella era simplemente la dueña de un supermercado. Reflexionó acerca de los últimos meses de terapia con el Dr.Z. y descubrió que mientras hablaba de sus tribulaciones en el trabajo ya no se sentía tan cansada y dormía tranquila. Trabajaba más y mejor que nunca; incluso sentía que sus empleados mostraban un respeto hacia ella que antes faltaba. Se felicitó por haber aceptado el concejo bien intencionado de la Sra. Etcheverri. Sin embargo, cuando en las sesiones hablaba de su familia, volvía a sentirse muy cansada y triste, como si ya nada de lo que hacía tuviera sentido alguno. Incluso tenía pesadillas en las que no era más que una simple cajera, insignificante, y lo peor, reemplazable. Este sentimiento, este vuelo de la imaginación en sueños, le producía tanto pánico que empezó a negarse a hablar de otra cosa que no fuera su trabajo con el Dr.Z. Éste, sorprendido aunque no tanto,decidió que era tiempo de implementar una medida más drástica. Se propuso hipnotizar a Nilda.
Y, siendo hombre de propósito, así lo hizo. Al encontrarse Nilda bajo hipnosis, el Dr.Z. le dijo que a partir de ese momento no era más que una simple cajera en el supermercado donde trabajaba, que no conocía a ningún Dr.Z. ni había visitado su consultorio y la mandó a dormir. Esa noche la culpa no dejó dormir al Dr.Z.

Al día siguiente Nilda llegó al supermercado y ocupó su lugar sin decir una palabra. Trabajó mediocremente y sin ganas todo el día y se fue a las seis en punto. Se sentía liviana y serena. Camino a la pensión, pasó por un cine y se metió sin prestar atención a la película que pasaban. Cuando salió, se fue a su cuarto de pensión y durmió doce horas. Al otro día llegó por primera vez tarde al trabajo. Siguieron días monótonos y aburridos en el supermercado. Pero por primera vez después de mucho tiempo Nilda sentía que estaba donde tenía que estar, que ese lugar en el que se encontraba le correspondía y que nada malo podía pasarle.
Sus compañeros, sin embargo, no compartían esta visión de las cosas. Desconcertados por el comportamiento de Nilda, pasaron a sentirse defraudados, luego indignados, y finalmente deprimidos. Un manto negro había caído sobre el supermercado. Había terminado la función. Los encargados abrían grandes los ojos al ver derrumbarse todo a su alrededor. Y juntos, encargados, empleados y cajeros, fueron testigos del desmoronamiento, tanto moral como material, del supermercado.
Finalmente llegó el día en que frustrados y cansados de esta nueva actitud de Nilda, tan contraria a su anterior desempeño, los encargados decidieron despedirla : “Ante vuestra injuria laboral, prescindo de sus servicios a partir del día de la fecha”.

El mismo día de su despido, en lugar de tomar el camino habitual a la pensión, Nilda caminó por calles desconocidas que sin embargo le eran vagamente familiares. Creyó reconocer un edificio en particular pero se dijo que eso era imposible. Se sentó en el café de la esquina a leer la sección de empleos del diario. Nada la convencía. De pronto, notó que un hombre canoso con una espléndida barba blanca la observaba con un disimulo mal logrado. Volvió su mirada al diario. A los cinco minutos el hombre de la barba se acercó a su mesa y le dijo ominosamente : “Usted no me conoce. Sin embargo, ejem, me permitiría que la invite con otro café?”. Nilda lo miró y un escalofrío le recorrió el cuerpo entero. Se escuchó decir “sí, cómo no”, como si fuera otra quien hablara por ella. El hombre resultó ser encantador ( su barba era realmente espléndida ); conversaron largo rato y Nilda supo instintivamente que se encontraba frente a un hombre de gran personalidad y fuerza moral. Un hombre próspero, como diría su madre. Se acordó de ésta y sintió nostalgia. Hacía tiempo que no la veía.
Durante las semanas que siguieron a este encuentro afortunado, Nilda regresó diariamente al mismo café con la excusa de leer la sección de empleos del diario. Y todas las tardes, a la misma hora, encontraba allí al desconocido de espléndida barba. Estos encuentros llevaron a una estrecha relación hecha de largas conversaciones, idas al cine, cenas y almuerzos, risas y llanto; material del que está hecha toda relación humana.
Un buen día, este próspero hombre de barba suntuosa le pidió caballerosamente matrimonio. Nilda, doncella sumisa y sublime, aceptó. Fueron felices y prosperaron a la sombra de aquella espléndida barba blanca.

10 comentarios:

Anónimo dijo...

se agradecen críticas y/o sugerencias para mejorar este bosquejo de cuento que se queja de su autora olgazana.

Anónimo dijo...

fe de ratas : holgazana. Ay por dios!

Opadromo dijo...

es muy bueno el cuento, estimada monona. lo único que no me convence en la ´ultima oración es la repetición de términos (prosperaron-próspera)que me parece innecesaria.

saludos. Kozarts

Anónimo dijo...

gracias estimado Kozarts,fue adrede pero se me fue la mano quizás. Es ud. demasiado gentil.
Mi sobrina ya me dijo que el cuento es una "patada de caca de pedo" y razón tiene.

DiegoS dijo...

Hola: la narración es tremenda, me encanta; está bien escrito; tiene ritmo e intriga. El personaje está muy bien construido. Me sorprende tu manera de escribir. Lo único que no llego a entender es el porqué del final rosa.

Anónimo dijo...

ah no diegos, fijate bien que el final no es rosa...no voy a entrar a explicar, pero para mí es terrible que Nilda termine así, exactamente en el lugar del cual quería escapar. No es evidente, pero ahí está. Muchas gracias por todo lo que decís, también por la pregunta final. Como siempre es un plaver leer tus comentarios.
saludos

DiegoS dijo...

Es verdad, está ahí, tenés razon, termina, a pesar de todo, repitiendo el modelo materno y cumpliendo con el mandato social (es una lectura que me encanta), pero también es cierto que hay una evidente mejora en su situación al final: abandona su delirio, recompone su relación con el entorno, encuentra "un buen partido" y se casa. Acá está nuestra diferencia; para mi punto de vista, no está tan mal, a vos te parece tremendo. Sólo eso, es muy menor.
Pero tenés razón, exageré con el adjetivo. Me sabrás disculpar.

Anónimo dijo...

Como vos bien decís, son puntos de vista. A algunos les pareció "final feliz" y a una amiga se le cerró la garganta de lo espantoso que le pareció el final de Nilda! Es una especie de "yo me quiero casar...y usted?"
Y no tengo nada que disculparle, me hizo un gran favor dándome su punto de vista honesto.

Buscadora dijo...

Buenas,
personalmente me encantó el cuento,llegué a pensar que era un copiado.Reconozco que me da pereza a priori leer entradas tan largas,no suelo terminarlas y sin embargo la historia me enganchó.Engancha desde el principio,es rápido,interesante...en fin,solo la salvedad del final,algo flojo?.No sé,imaginé un final más impactante.
Sigue escribiendo,me gusta.

Anónimo dijo...

Hola Busacdora de frases, un gusto tenerla por acá. Me alegra mucho que le haya gustado el cuento, y sí, algo pasa con el final, creo que "flojo" es la palabra. Tal vez me apuré en terminarlo, me agarró ansiedad, o "flojera", como tantas veces pasa. Muchas gracias por su opinión y por tomarse el tiempo de leerlo.
Su blog es uno de mis favoritos.
Saludos.