miércoles, 25 de junio de 2008

Crónica de un ex fumador

Día 1

Hoy he decidido dejar de fumar. Como dice el viejo proverbio hijo de puta, “Si no puedes contra ellos, úneteles”. Siempre me deprimió aquel proverbio, y siempre que pude me rebelé ante él. Hoy lo encuentro tan traicionero como siempre, y sin embargo...Soy el más sorprendido de todos ante mi decisión. Por supuesto, soy el único que sabe de ella. Hacerla pública sería un error. No sólo añadiría una presión enorme a la que ya me he impuesto, sino que además haría más profundo mi fracaso en el caso de no poder llevarla a cabo, sobre todo encontrándola tan contraria a mis más profundos deseos de seguir inhalando tranquilo el humo que me ha acompañado todos estos años. Por qué entonces dejar de fumar? La respuesta puede pareserles caprichosa ya que no se trata de una cuestión de salud. Mi salud me tiene sin cuidado, como a todo aquel que goza de excelente salud. Los fumadores pasivos y la contaminación ambiental, sostengo, son un invento de los medios y una triste arma culpabilizante. No somos los fumadores los culpables de la contaminación ambiental. Lo son las fábricas, los colectivos, los autos y las motos, entre otros. No nosotros, pobres mortales, echando humo por nuestras narices y bocas. En cuanto a los fumadores pasivos...ja! que se vayan a llorar al parque y respiren el aire puro de esta ciudad gris y sucia, que caminen tranquilos por la calle mientras los colectivos les echan a la cara su putrefacta exhalación de humo espeso y venenoso. No. El asunto de los fumadores es tan sólo su asunto, es privado, y es íntimo. Es importante aclarar todo esto antes de proseguir.
La verdad es que extraño los cafés y bares donde antes se podía fumar sin que te penalicen o te miren con sosobra y animosidad. Extraño esos rincones íntimos y a la vez públicos donde una mesa me esperaba y a mis libros y cuadernos de anotaciones. Ahora lo digo : soy escritor. Y un escritor necesita de una mesa, y un escritor necesita su café predilecto donde encontrar esa mesa, rodeado de gente y sólo al mismo tiempo. Extraño la intimidad populosa del café. Ya sea El Cairo, Pasaporte, el más decrépito café de barrio; cuanto más decrépito y más de barrio mejor. Ahora estos oasis me están vedados. Entonces, cómo acceder nuevamente a ellos? Siguiendo sus arbitrarias leyes masivas. Nadie fuma ya en los bares, ni en París ni en Nueva York. Y esta falta me hace daño, me exilia, me condena. Me condena a dejar de fumar. Volver a los bares. Es esto lo que me lleva a dejar mi tan amado vicio.

4 comentarios:

Estrella dijo...

Un argumento PERFECTO.
Por mis barrios todavía se puede fumar en los bares, aunque me miran torcido, como si fuera una pecadora. Puedo no fumar, y no extraño el cigarrillo, en el cine, en un auto... pero no lo logro en un bar. El café no es el mismo, el hojeo de libros y las anotaciones al margen tampoco. Ni siquiera, las charlas de café.
Será cuestión de acostumbrase...

Anónimo dijo...

me pasa lo mismo. acostumbrarse...difícil, es la muerte de un estilo de vida, y no estoy exagerando. Como no pueden controlar lo que más importa se la agarran con esto, con los peces chicos, y no con los gordos...en fin, continuará...

Anónimo dijo...

a mí se me puso el dedo amarillo...digo que dejo todos los días, y depende que situación me fumo todo...

Saludos!!!

Anónimo dijo...

la belleza oculta del dedo amarillo...hoy todo es limpio, todo es verde, todo es limpieza facial. el interior puede derrumbarse, pero la fachada se reconstruye día a día. Limpios estamos.