domingo, 29 de junio de 2008

Crónica de un ex fumador

Día 2

Ayer, mientras escribía, no pude evitar prender un cigarrillo. No lo dudé siquiera, fue un acto reflejo, tan arraigado está en mí el acto de prender un cigarrillo, tan arraigado en mis hábitos, en mi cuerpo. Después de un par de pitadas me di cuenta, no sin sorpresa, de lo que hacía. Miré el cigarrillo que se erguía ante mí, humeante, incandescente, desafiante. Parecía querer decirme, no me dejes, no me apagues, después de todos estos años...Lleno de culpa por un lado y por el otro, lo apagué en ese mismo instante como se le cierra la puerta a un viejo amigo que ya no te conviene, del cual te han dicho lo peor, que te ha traicionado, que te quita lo mejor de vos, tu vitalidad, tu juventud, tu Al diablo! Seguí escribiendo. Al rato me encontré prendiendo otro. Esta vez me dije, es tu último cigarrillo, disfrutalo y despedite. Aspiré el humo como si realmente fuera la última vez, lo sentí deslizarse suavemente por mi garaganta hasta largarlo contento por la nariz. Di otra pitada, la misma sensación, y esta vez largué el humo por la boca. A la terecr pitada ya no fue lo mismo, algo se había quebrado entre nosotros, la animosidad reinaba. Me dije, es él o yo. Me percaté de que escribir con nostalgia acerca del cigarrillo no era precisamente el mejor camino para dejar de fumar. De ahora en más he de atenerme a los hechos.
Hace más de una hora que me levanté y todavía no he sentido ganas de fumar. Bueno, salvando el momento del despertar. Luego de una noche agitada por sueños extraños con diversas formas cilíndricas y humeantes (fábricas, chimeneas, el caño de escape de un auto), desperté agitado pensando sólo en fumar. Me di una ducha fría y las ansias tabaqueras parecieron irse junto con los restos de piel y mugre y pelos. Así depurado me vestí y salí a caminar. Caminé largo rato sin dejar que mis pensamientos se detuvieran demasiado tiempo en nada. Unos a otros los dejaba suceder. Para no pensar en fumar me fue necesario no pensar en absoluto. No fue fácil. Todo me recordaba a mi repudiado compañero. Cada bar que pasaba y en el cual no me animaba a entrar por miedo a que mis ansias me hicieran salir a los cinco minutos; hasta pensar en leer el diario me resultaba amenazante. El humo de los colectivos me mostraba con ironía la ridiculez de mi empresa cada vez que aspiraba sus gases tóxicos. Me encontré por momentos haciéndolo a propósito. Me descubrí asimismo caminando detrás de algún fumador y aspirando sus deshechos humeantes como si hubiera descubierto una nueva manera de fumar sin hacerlo. Descubrí que se puede ser fumador pasivo y disfrutarlo. Pero pronto comprendí el peligro que corría y me abstuve. Empecé a evitar a los fumadores de la calle, traicionando así a mis hermanos de otrora. Volví a casa sintiéndome más paria que cuando fumaba, doblemente limitado en mis actos. Escribo todo esto para dejar asentado lo difícil e injusto de mi posición.

No hay comentarios: