sábado, 29 de marzo de 2008

La Cacerola

Estaba yo durmiendo una siestita calentita sobre las llamas insistentes de mi hornalla favorita, cuando de pronto escucho el grito salvaje y pleno de entusiasmo de un grupete de compañeras que a pasear las habían sacado al parecer. Medio adormilada me pregunto el por qué de tanto alboroto, y sueño entre despierta y dormida con el posible destino de mis hermanas. Para mi gran sorpresa y contento se apaga el fueguito y una mano que bien conozco me agarra de las orejas, me pega una ducha helada que ahora sí me despabila del todo y, armada de mi amigo el cucharón, me saca de la casa hacia destinos desconocidos. Paseo contenta por calles del barrio que hasta el momento no se me había dado la oportunidad de conocer y, aunque medio aturdida de tanto golpe que me da el amigo cucharón, pispeo loca de alegría el paisaje urbano que se me ofrece a la vista. Me encuentro con mis compañeras que, ellas también algo aturdidas, lanzan gritos de emoción y risitas de "no entiendo nada, pero dale, más fuerte, más fuerte", o eso es lo que entiendo yo porque, a pesar del susto inicial en que creí estaba siendo castigada por sucia, o barata, o latosa, o quién sabe qué otro pecado capital, me empezaron a gustar las palmaditas sobre el lomo. Aunque después la cosa se puso fea, una vez que llegamos a la plaza, tan bonita! con sus árboles y monumentos y edificios alrededor. Pero más éramos, peor nos trataban, y empezaron los golpes duros, los golpes furiosos, insensatos, en fin, politizados y llenos llenitos de Opinión. Mientras soportaba tanto azote, me preguntaba para qué tenían las gentes esas boquitas tan bonitas en donde metían guisos y sopas, y esas lengüitas largas y rosaditas con las que cada tanto me chupeteaban cuando nadie miraba, si no era para aclamar sus importantes, urgentes, y siempre bienintencionados pensamientos. En casa las usaban de tal manera que hacían más estruendo que el cucharón sobre mi cansado lomo. Llegué a la conclusión de que algo querían decir que escapaba al verbo, porque dale que te dale caían los golpes cada vez más fuertes. Hasta que exhausta y dolorida caí en un sopor, llena mi cabecita de este último deseo : "que Dios los ampare".

1 comentario:

AleLo dijo...

como avanza la civilización Mendieta... ya las oyas no s`usan pa cociná... que lo parió!
Mi Monona le dejé un regalo en mi blog pase a buscarlo !!