domingo, 2 de marzo de 2008

La Cosa

Se aferra a los objetos al punto de no tener más que eso. Ahora lo ve, cuando incluso estos comienzan a abandonarla, perdiendo el significado que alguna vez tuvieron. La rodean, invadiendo cada rincón de su casa. Ya no hay lugar para ella, menos aún para la esporádica visita de amigos que no tiene, que fue perdiendo, como todo lo demás. Incluso ella misma empieza a sentirse objeto, algo meramente material, una cosa más que fue dejada atrás. Con vida, sí, pero esto la aterra más todavía. La invaden pensamientos de descomposición; piensa en su cuerpo, esa cosa que es ella, que la envuelve, como en algo que se deteriora día a día. La obsesiona el deterioro de las cosas, cómo todo en la vida tiene que ser mantenido, cuidado, alimentado, higienizado. La idea de esa realidad le resulta abrumadora. Se pregunta cómo hacen los otros, cómo hacen los vivos para sostener cotidianamente el hecho, el espanto, de estar vivos y tener que mantenerse en vida, laboriosamente, construyendo esperanza donde no la hay; cómo hacen para mantener en la oscuridad la idea paralizante de la descomposición y la muerte. Y cómo ella, siendo aún joven, persiste con estos pensamientos que no le corresponden, o de eso se trata, no deberían corresponderle.
Cree reconocer esos pensamientos, sospecha que quizás, hace tiempo, pertenecieron a otra persona. El hecho de que esa persona esté muerta hace que ese terror que ahora la invade no pueda ser devuelto a su propietario original.
Al enterarse de su muerte, aún sin creer en ella, se apropió, adueñó, confiscó, con una tenacidad que sólo puede provenir de la ceguera, todos los objetos, recuerdos, residuos, todo aquello que alguna vez le perteneciera. Pero en ese apropiarse, en ese saqueo compulsivo, se adueñó también de sus temores, debilidades, de su soledad, de todo aquello que creyó nadie más podía querer o comprender. Todo aquello que, quizás, había terminado por matarla. Se adueñó de su muerte. Pero fue su muerte finalmente lo que terminó adueñándose de ella.

5 comentarios:

mili dijo...

Mi querida M.
la cosa es que me quedo sin palabras, que vienen a ser como cosas también, a veces, igual de engañosas.
Me acordé de un libro "Plaza Irlanda" de Eduardo Muslip.

AleLo dijo...

me hizo llorar... sobre todo en este momento...

AleLo dijo...

Monona!!!! Querida amiga.. pasaba pa dejarle unas felicitaciones y unos besos.. que tal el día???

AleLo dijo...

Monona.. donde anda amiga.. las clases le trastornaron el escribir?? La extraño!!

Anónimo dijo...

ma qué clases alelo? es la clase de cosa que escribo que ya no da para subir al blog, vistes.
bueno, ya algo vendrá, dios proveerá. Saludos.