Día 1
Hoy he decidido dejar de fumar. Como dice el viejo proverbio hijo de puta, “Si no puedes contra ellos, úneteles”. Siempre me deprimió aquel proverbio, y siempre que pude me rebelé ante él. Hoy lo encuentro tan traicionero como siempre, y sin embargo...Soy el más sorprendido de todos ante mi decisión. Por supuesto, soy el único que sabe de ella. Hacerla pública sería un error. No sólo añadiría una presión enorme a la que ya me he impuesto, sino que además haría más profundo mi fracaso en el caso de no poder llevarla a cabo, sobre todo encontrándola tan contraria a mis más profundos deseos de seguir inhalando tranquilo el humo que me ha acompañado todos estos años. Por qué entonces dejar de fumar? La respuesta puede pareserles caprichosa ya que no se trata de una cuestión de salud. Mi salud me tiene sin cuidado, como a todo aquel que goza de excelente salud. Los fumadores pasivos y la contaminación ambiental, sostengo, son un invento de los medios y una triste arma culpabilizante. No somos los fumadores los culpables de la contaminación ambiental. Lo son las fábricas, los colectivos, los autos y las motos, entre otros. No nosotros, pobres mortales, echando humo por nuestras narices y bocas. En cuanto a los fumadores pasivos...ja! que se vayan a llorar al parque y respiren el aire puro de esta ciudad gris y sucia, que caminen tranquilos por la calle mientras los colectivos les echan a la cara su putrefacta exhalación de humo espeso y venenoso. No. El asunto de los fumadores es tan sólo su asunto, es privado, y es íntimo. Es importante aclarar todo esto antes de proseguir.
La verdad es que extraño los cafés y bares donde antes se podía fumar sin que te penalicen o te miren con sosobra y animosidad. Extraño esos rincones íntimos y a la vez públicos donde una mesa me esperaba y a mis libros y cuadernos de anotaciones. Ahora lo digo : soy escritor. Y un escritor necesita de una mesa, y un escritor necesita su café predilecto donde encontrar esa mesa, rodeado de gente y sólo al mismo tiempo. Extraño la intimidad populosa del café. Ya sea El Cairo, Pasaporte, el más decrépito café de barrio; cuanto más decrépito y más de barrio mejor. Ahora estos oasis me están vedados. Entonces, cómo acceder nuevamente a ellos? Siguiendo sus arbitrarias leyes masivas. Nadie fuma ya en los bares, ni en París ni en Nueva York. Y esta falta me hace daño, me exilia, me condena. Me condena a dejar de fumar. Volver a los bares. Es esto lo que me lleva a dejar mi tan amado vicio.
miércoles, 25 de junio de 2008
lunes, 23 de junio de 2008
La Vuelta a Manzana...JA!!
Nadie me avisó que no se podía dar a las tres de la mañana...
Estábame yo en lo de mi querido amigo Mariano, quien ocupado como estaba con sus valijerias de viaje no tenía ya más utilidad que hacer de mí. Por ende me decidí a prolongarme hacia el boliche yo sola a donde encontrarme con mi amigo el colo quien probablemente tampoco tendría utilidad para mí. Con esa perspectiva salí de lo más campante, como tantas otras veces, hacia el afuera nocturnal. Iba yo a cuadra y media de lo del antes mencionado cuando veo con mis propios ojos y siento con mi propio sentir el peligro acechante de un grupete masculino de seis encapuchados justo en la calle por la cual iba yo a doblar. Digome "detente! y sigue tu camino derecho por la misma cuadra oscura", así lo hago cuando a de repentes encuéntrome fantaseando con que me siguen. Miro para atrás para descubrir oh sorpresa! que no era tal una fantasía más un hecho : tres encapuchados se acercan hacia mí y discursan así : "no tenés una moneda?" Oh no, me digo. "oh no", les digo. Es entonces que el malhablado lanza su contraataque : "dame el celular" y muéstrame una navaja, que a mi pobre memoria se le presenta como no sólo pequeña sino también un tanto oxidada. Nunca lo sabremos. Ante semejante orden mis sentidos enmudecieron y sólo mis grandes poderes de supervivencia tuvieron lo qué decir: al trote partí en sentido contrario! Corrí cual leona en la selva, cual amazona, cual maratonista, y tales fueron mis poderes atléticos que atónitos dejé a mis perseguidores, quienes, a verdad decir, o bien no se encontraban en buen estado físico, o bien no supieron qué hacer ante semejante reacción escapista y cobarde de mi parte. Realmente la juventud está perdida! No sólo quierenme robar, estafar diría yo (cuánto pueden sacar con un celular de hace tres años?), sino que por encima de esto no tienen ni el estado físico ni la buena predisposición para ponerse a la altura de mi desafío. Admito, encontrarme correteada por tres encapuchados no era mi idea, pero entonces cuál era? No lo sé ni lo sabré. Tuve suerte? La tuve.
Topeme con ladronzuelos que no estaban a mi altura. Triste hubiera sido termianr navajeada y llena de óxido en una callejuela oscura y deshabitada, sin celular, quizás sin ropa con la cual presentarme nuevamente en sociedad, quizás incluso sin honor ni respeto por mí misma. Como se sucedieron los acontecimientos antes racontados, pude retornar a lo del antes mencionado no sólo vestida y telefónicamente habilitada, sino con el honor intacto y un cierto regocijo ante tal escapada inspirada por quién sabe qué instinto bien conservado en mi cuerpo físico.
Quiero agradecer a los pillos la lección aprendida esa noche : no importa qué tan ensimismada en mí misma, no importa qué tan inútil le sea a los otros, no importa en fin nada de lo que hace que a uno se le dé por salirse a pasear. No es seguro dar la vuelta a manzana a las tres de la mañana. Ni a ninguna hora para el caso. Punto final. Derrumbe definitivo del mito de la vuelta a manzana.
Estábame yo en lo de mi querido amigo Mariano, quien ocupado como estaba con sus valijerias de viaje no tenía ya más utilidad que hacer de mí. Por ende me decidí a prolongarme hacia el boliche yo sola a donde encontrarme con mi amigo el colo quien probablemente tampoco tendría utilidad para mí. Con esa perspectiva salí de lo más campante, como tantas otras veces, hacia el afuera nocturnal. Iba yo a cuadra y media de lo del antes mencionado cuando veo con mis propios ojos y siento con mi propio sentir el peligro acechante de un grupete masculino de seis encapuchados justo en la calle por la cual iba yo a doblar. Digome "detente! y sigue tu camino derecho por la misma cuadra oscura", así lo hago cuando a de repentes encuéntrome fantaseando con que me siguen. Miro para atrás para descubrir oh sorpresa! que no era tal una fantasía más un hecho : tres encapuchados se acercan hacia mí y discursan así : "no tenés una moneda?" Oh no, me digo. "oh no", les digo. Es entonces que el malhablado lanza su contraataque : "dame el celular" y muéstrame una navaja, que a mi pobre memoria se le presenta como no sólo pequeña sino también un tanto oxidada. Nunca lo sabremos. Ante semejante orden mis sentidos enmudecieron y sólo mis grandes poderes de supervivencia tuvieron lo qué decir: al trote partí en sentido contrario! Corrí cual leona en la selva, cual amazona, cual maratonista, y tales fueron mis poderes atléticos que atónitos dejé a mis perseguidores, quienes, a verdad decir, o bien no se encontraban en buen estado físico, o bien no supieron qué hacer ante semejante reacción escapista y cobarde de mi parte. Realmente la juventud está perdida! No sólo quierenme robar, estafar diría yo (cuánto pueden sacar con un celular de hace tres años?), sino que por encima de esto no tienen ni el estado físico ni la buena predisposición para ponerse a la altura de mi desafío. Admito, encontrarme correteada por tres encapuchados no era mi idea, pero entonces cuál era? No lo sé ni lo sabré. Tuve suerte? La tuve.
Topeme con ladronzuelos que no estaban a mi altura. Triste hubiera sido termianr navajeada y llena de óxido en una callejuela oscura y deshabitada, sin celular, quizás sin ropa con la cual presentarme nuevamente en sociedad, quizás incluso sin honor ni respeto por mí misma. Como se sucedieron los acontecimientos antes racontados, pude retornar a lo del antes mencionado no sólo vestida y telefónicamente habilitada, sino con el honor intacto y un cierto regocijo ante tal escapada inspirada por quién sabe qué instinto bien conservado en mi cuerpo físico.
Quiero agradecer a los pillos la lección aprendida esa noche : no importa qué tan ensimismada en mí misma, no importa qué tan inútil le sea a los otros, no importa en fin nada de lo que hace que a uno se le dé por salirse a pasear. No es seguro dar la vuelta a manzana a las tres de la mañana. Ni a ninguna hora para el caso. Punto final. Derrumbe definitivo del mito de la vuelta a manzana.
Escribir por encargo
Llamado a la Comunidad Bloguera :
Siempre me resultó interesante escribir por encargo, asique si alguno es tan amable de largarme un tema, cualquiera, el más nimio, para que yo escriba acerca de él, se los agradecería enormemente. Pueden ser uno o más, larguen ustedes que yo los sigo. Puede ser una simple palabra, o frase, o una idea.
A veces uno se cansa de sus propios fantasmas y necesita de los fantasmas de los demás.
Atentamente,
Anónimo
Siempre me resultó interesante escribir por encargo, asique si alguno es tan amable de largarme un tema, cualquiera, el más nimio, para que yo escriba acerca de él, se los agradecería enormemente. Pueden ser uno o más, larguen ustedes que yo los sigo. Puede ser una simple palabra, o frase, o una idea.
A veces uno se cansa de sus propios fantasmas y necesita de los fantasmas de los demás.
Atentamente,
Anónimo
jueves, 19 de junio de 2008
Diferencias
"Los hombres se sienten con derecho a ser excéntricos y originales; de la mujer esperan que se conforme con ser banal. Toda excentricidad de su parte será tomada como signo de locura, es decir, de histeria."
lunes, 16 de junio de 2008
La Familia
En la familia somos todos del campo, todos pensamos igual respecto de todo o así lo aparentamos porque aparentamos todo. A quien no está de humor o con ánimo civilizante, se le frunce el ceño. Quien busca un poco de camorra como deporte sano que es en algunas otras civilizaciones, es deportado a la mesa de los pequeños, que tampoco pelean. No se discute nada porque pensamos todos lo mismo y si esto no es cierto se lo aparenta. Mantenemos el satus quo que de status no tiene nada y de quo no sé porque siempre me dio miedo esa palabra gelatinosa. Las matriarcas reinan, de más está decirlo. A los patrircas se los tolera, como a niños. Obligatorios son los por favor, gracias y los qué rico durante la comida abundan. Es marca de la civilidad que de tanto en tanto se nubla por culpa de alguno que olvidó la palabra clave. Se habla mucho de comida, siendo un tema poco conflictivo. Es de buen entender que nadie empiece a comer hasta que todos los comensales se hallen sentados a la mesa, y nadie osará levantarse hasta que todos hayan terminado. Tradicionalistas, las mujeres levantan la mesa mientras los hombres hablan de cosas de hombres, como en los viejos tiempos, tan bonitos. Fumar es negativo y todo lo negativo es excomunicado de la comunidad al instante, así como el conflicto, cuando sentados a la mesa. La paz reina, a veces in absentia. El que se queja se queda solo, al rincón, para que aprenda que la vida es bella. No hay nada de qué quejarse. Vivimos en el mejor de los mundos posibles y somos todos del campo.
sábado, 7 de junio de 2008
Hambre
El chico se acercó a su mesa con el mismo discurso de siempre : una ayudita por favor, una monedita no tiene don ? Pero, cosa insólita, el mocoso tuvo el descaro de sentarse a su mesa justo cuando le traían su filet de pollo con puré. La mosa, tan sorprendida como él, se quedó ahí parada, observando la escena. Gabriel nunca se había sentido tan incómodo. En flor de aprieto lo había puesto el chiquito éste que ahora lo miraba con ojos grandes y acuosos, y, como inspirado por el filet, parecía ahora cantar : tengo mucho hambre señor por favor algo para comer. Lo miraba a los ojos y, con un dramatismo jamás visto en teatro alguno, bajaba la mirada hacia el filet y luego volvía a posarla sobre su ahora furiosa audiencia quien pronunció la crítica final ante semejante espectáculo : "yo también", y le hincó el diente al codiciado pollo.
lunes, 2 de junio de 2008
La abuela y el general
De espaldas a la puerta de entrada, sentada en su silla de ruedas; por su chalina gris la reconocí. Llevaba puesto un gorro de lana, sostenía en brazos un perro de peluche envuelto en un pañuelo. La abracé, envolviéndola con la ternura que su figura me transmitía. La besé, me besó. Empezó hablando del perrito y del peligro que éste corría en caso de que volviera el general. No iba a permitir que se lo llevara. Ella se ocupaba de él, era suyo; el general no tenía derecho a quitárselo. Le pregunté acerca del perrito, dónde lo había encontrado, si era feliz. Ella hablaba, me contestaba, le hablaba al perrito, y al general. Sostuvimos esta semi conversación durante algunos minutos pues no era insostenible, como muchos pensarían, sino todo lo contrario. Le aseguré que el general no tenía derecho alguno al perrito, que era suyo, que la quería sólo a ella. Pero mis palabras no la atravezaban, tan sólo esa imagen, la del perrito a quien protegía; tan sólo esa protección, que sólo ella podía brindar. Los dejé solos, a mi abuela, la dama del perrito, y su nuevo amigo. Los dejé preguntándome qué pasaría con ellos, si el general vendría a reclamar su presa, si mi abuela cedería. Me dije que no. Apreté los dientes al cerrar la puerta y me aseguré que no, que nadie iba a separarlos. Acompañada por esa ficticia certidumbre abandoné aquel lugar inhóspito donde mi abuela se albergaba por voluntad ajena y me dije, me aseguré, que estaba acompañada, que el general nada podría contra ella. Pero quién es, me pregunté desorbitada, este general que rapta perros en medio de la noche? Y así envuelta en fantasía ajena caminé largo rato temiendo su llegada.
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