domingo, 29 de junio de 2008

Mi vida sin mi

En la supervivencia del día,
Es remontar cada instante
Lo que cuenta.
Se trata, no de vivir,
Sino de ser vivido
Torpemente,
Brutalmente
Por aquello que nos habita
Como un ser extraño.

Tengo treinta años y estoy muerta. Llevo muerta más de nueve años.
No siento nada, absolutamente nada, ni deseos, ni arrepentimiento.
Simplemente no soy. No estoy presente en mí. No sé quién lo está, lo desconozco.
Y a pesar de saber del momento en el que me abandoné, no siento deseos de volver a buscarme.
Los años pasan y no hago nada, salvo dejarme morir, lentamente, como un suplicio que no llega a mis sentidos. Encerrada en mí misma nada puede pasarme, y nada me pasa, salvo la nada, dolorosa y lenta, como una inyección que no termina, como una extracción de sangre que resulta eterna. Dejo que la vida pase a mi lado sin que se me mueva un pelo. Estando ya muerta, muero día a día. Por momentos me pregunto si esto es el infierno. Nunca llego a responderme, no me interesa lo suficiente.
Dicen que pasan cosas, en la calle, a la gente, en el pais. Yo no sé lo que es la calle, no sé lo que es la gente, ni en qué país vivo. La nada es mi ámbito, y de ella me nutro.
Cuando siento un deseo nacer en mí, lo aborto al instante, no pudiendo soportar su peso. No me interesa desear, sólo quiero estar tranquila. El contacto con la gente lo reduzco al mínimo. Los otros sólo me traen problemas, los siento como a un aire tóxico y contaminante. Me traen cosas del afuera vivo y móvil que mi estática no soporta. No pido nada y nada recibo, diariamente. La muerte es dolorosa, pero más dolorosa es la vida muerta, en la que ya no se siente el dolor que se siente. Soy y no soy. Respiro y me rebelo. No conozco el placer salvo por el reconocimiento de su falta.

Crónica de un ex fumador

Día 2

Ayer, mientras escribía, no pude evitar prender un cigarrillo. No lo dudé siquiera, fue un acto reflejo, tan arraigado está en mí el acto de prender un cigarrillo, tan arraigado en mis hábitos, en mi cuerpo. Después de un par de pitadas me di cuenta, no sin sorpresa, de lo que hacía. Miré el cigarrillo que se erguía ante mí, humeante, incandescente, desafiante. Parecía querer decirme, no me dejes, no me apagues, después de todos estos años...Lleno de culpa por un lado y por el otro, lo apagué en ese mismo instante como se le cierra la puerta a un viejo amigo que ya no te conviene, del cual te han dicho lo peor, que te ha traicionado, que te quita lo mejor de vos, tu vitalidad, tu juventud, tu Al diablo! Seguí escribiendo. Al rato me encontré prendiendo otro. Esta vez me dije, es tu último cigarrillo, disfrutalo y despedite. Aspiré el humo como si realmente fuera la última vez, lo sentí deslizarse suavemente por mi garaganta hasta largarlo contento por la nariz. Di otra pitada, la misma sensación, y esta vez largué el humo por la boca. A la terecr pitada ya no fue lo mismo, algo se había quebrado entre nosotros, la animosidad reinaba. Me dije, es él o yo. Me percaté de que escribir con nostalgia acerca del cigarrillo no era precisamente el mejor camino para dejar de fumar. De ahora en más he de atenerme a los hechos.
Hace más de una hora que me levanté y todavía no he sentido ganas de fumar. Bueno, salvando el momento del despertar. Luego de una noche agitada por sueños extraños con diversas formas cilíndricas y humeantes (fábricas, chimeneas, el caño de escape de un auto), desperté agitado pensando sólo en fumar. Me di una ducha fría y las ansias tabaqueras parecieron irse junto con los restos de piel y mugre y pelos. Así depurado me vestí y salí a caminar. Caminé largo rato sin dejar que mis pensamientos se detuvieran demasiado tiempo en nada. Unos a otros los dejaba suceder. Para no pensar en fumar me fue necesario no pensar en absoluto. No fue fácil. Todo me recordaba a mi repudiado compañero. Cada bar que pasaba y en el cual no me animaba a entrar por miedo a que mis ansias me hicieran salir a los cinco minutos; hasta pensar en leer el diario me resultaba amenazante. El humo de los colectivos me mostraba con ironía la ridiculez de mi empresa cada vez que aspiraba sus gases tóxicos. Me encontré por momentos haciéndolo a propósito. Me descubrí asimismo caminando detrás de algún fumador y aspirando sus deshechos humeantes como si hubiera descubierto una nueva manera de fumar sin hacerlo. Descubrí que se puede ser fumador pasivo y disfrutarlo. Pero pronto comprendí el peligro que corría y me abstuve. Empecé a evitar a los fumadores de la calle, traicionando así a mis hermanos de otrora. Volví a casa sintiéndome más paria que cuando fumaba, doblemente limitado en mis actos. Escribo todo esto para dejar asentado lo difícil e injusto de mi posición.

Otro Hambre

No sabía qué era peor, si la soledad de malacompañarse uno mismo, o la soledad de que te malacompañen los otros. Trabajar es un deber, le había dicho la cuñada con tono de reproche. Se le hizo un agujero en el estómago, en parte porque tenía hambre. Hambre también de poder sostener una conversación con gente que no se agarrara de conceptos como “el deber” para persuadirlo a uno de que ser feliz es posible.

miércoles, 25 de junio de 2008

Crónica de un ex fumador

Día 1

Hoy he decidido dejar de fumar. Como dice el viejo proverbio hijo de puta, “Si no puedes contra ellos, úneteles”. Siempre me deprimió aquel proverbio, y siempre que pude me rebelé ante él. Hoy lo encuentro tan traicionero como siempre, y sin embargo...Soy el más sorprendido de todos ante mi decisión. Por supuesto, soy el único que sabe de ella. Hacerla pública sería un error. No sólo añadiría una presión enorme a la que ya me he impuesto, sino que además haría más profundo mi fracaso en el caso de no poder llevarla a cabo, sobre todo encontrándola tan contraria a mis más profundos deseos de seguir inhalando tranquilo el humo que me ha acompañado todos estos años. Por qué entonces dejar de fumar? La respuesta puede pareserles caprichosa ya que no se trata de una cuestión de salud. Mi salud me tiene sin cuidado, como a todo aquel que goza de excelente salud. Los fumadores pasivos y la contaminación ambiental, sostengo, son un invento de los medios y una triste arma culpabilizante. No somos los fumadores los culpables de la contaminación ambiental. Lo son las fábricas, los colectivos, los autos y las motos, entre otros. No nosotros, pobres mortales, echando humo por nuestras narices y bocas. En cuanto a los fumadores pasivos...ja! que se vayan a llorar al parque y respiren el aire puro de esta ciudad gris y sucia, que caminen tranquilos por la calle mientras los colectivos les echan a la cara su putrefacta exhalación de humo espeso y venenoso. No. El asunto de los fumadores es tan sólo su asunto, es privado, y es íntimo. Es importante aclarar todo esto antes de proseguir.
La verdad es que extraño los cafés y bares donde antes se podía fumar sin que te penalicen o te miren con sosobra y animosidad. Extraño esos rincones íntimos y a la vez públicos donde una mesa me esperaba y a mis libros y cuadernos de anotaciones. Ahora lo digo : soy escritor. Y un escritor necesita de una mesa, y un escritor necesita su café predilecto donde encontrar esa mesa, rodeado de gente y sólo al mismo tiempo. Extraño la intimidad populosa del café. Ya sea El Cairo, Pasaporte, el más decrépito café de barrio; cuanto más decrépito y más de barrio mejor. Ahora estos oasis me están vedados. Entonces, cómo acceder nuevamente a ellos? Siguiendo sus arbitrarias leyes masivas. Nadie fuma ya en los bares, ni en París ni en Nueva York. Y esta falta me hace daño, me exilia, me condena. Me condena a dejar de fumar. Volver a los bares. Es esto lo que me lleva a dejar mi tan amado vicio.

lunes, 23 de junio de 2008

La Vuelta a Manzana...JA!!

Nadie me avisó que no se podía dar a las tres de la mañana...

Estábame yo en lo de mi querido amigo Mariano, quien ocupado como estaba con sus valijerias de viaje no tenía ya más utilidad que hacer de mí. Por ende me decidí a prolongarme hacia el boliche yo sola a donde encontrarme con mi amigo el colo quien probablemente tampoco tendría utilidad para mí. Con esa perspectiva salí de lo más campante, como tantas otras veces, hacia el afuera nocturnal. Iba yo a cuadra y media de lo del antes mencionado cuando veo con mis propios ojos y siento con mi propio sentir el peligro acechante de un grupete masculino de seis encapuchados justo en la calle por la cual iba yo a doblar. Digome "detente! y sigue tu camino derecho por la misma cuadra oscura", así lo hago cuando a de repentes encuéntrome fantaseando con que me siguen. Miro para atrás para descubrir oh sorpresa! que no era tal una fantasía más un hecho : tres encapuchados se acercan hacia mí y discursan así : "no tenés una moneda?" Oh no, me digo. "oh no", les digo. Es entonces que el malhablado lanza su contraataque : "dame el celular" y muéstrame una navaja, que a mi pobre memoria se le presenta como no sólo pequeña sino también un tanto oxidada. Nunca lo sabremos. Ante semejante orden mis sentidos enmudecieron y sólo mis grandes poderes de supervivencia tuvieron lo qué decir: al trote partí en sentido contrario! Corrí cual leona en la selva, cual amazona, cual maratonista, y tales fueron mis poderes atléticos que atónitos dejé a mis perseguidores, quienes, a verdad decir, o bien no se encontraban en buen estado físico, o bien no supieron qué hacer ante semejante reacción escapista y cobarde de mi parte. Realmente la juventud está perdida! No sólo quierenme robar, estafar diría yo (cuánto pueden sacar con un celular de hace tres años?), sino que por encima de esto no tienen ni el estado físico ni la buena predisposición para ponerse a la altura de mi desafío. Admito, encontrarme correteada por tres encapuchados no era mi idea, pero entonces cuál era? No lo sé ni lo sabré. Tuve suerte? La tuve.
Topeme con ladronzuelos que no estaban a mi altura. Triste hubiera sido termianr navajeada y llena de óxido en una callejuela oscura y deshabitada, sin celular, quizás sin ropa con la cual presentarme nuevamente en sociedad, quizás incluso sin honor ni respeto por mí misma. Como se sucedieron los acontecimientos antes racontados, pude retornar a lo del antes mencionado no sólo vestida y telefónicamente habilitada, sino con el honor intacto y un cierto regocijo ante tal escapada inspirada por quién sabe qué instinto bien conservado en mi cuerpo físico.
Quiero agradecer a los pillos la lección aprendida esa noche : no importa qué tan ensimismada en mí misma, no importa qué tan inútil le sea a los otros, no importa en fin nada de lo que hace que a uno se le dé por salirse a pasear. No es seguro dar la vuelta a manzana a las tres de la mañana. Ni a ninguna hora para el caso. Punto final. Derrumbe definitivo del mito de la vuelta a manzana.

Escribir por encargo

Llamado a la Comunidad Bloguera :
Siempre me resultó interesante escribir por encargo, asique si alguno es tan amable de largarme un tema, cualquiera, el más nimio, para que yo escriba acerca de él, se los agradecería enormemente. Pueden ser uno o más, larguen ustedes que yo los sigo. Puede ser una simple palabra, o frase, o una idea.
A veces uno se cansa de sus propios fantasmas y necesita de los fantasmas de los demás.
Atentamente,
Anónimo

jueves, 19 de junio de 2008

Diferencias

"Los hombres se sienten con derecho a ser excéntricos y originales; de la mujer esperan que se conforme con ser banal. Toda excentricidad de su parte será tomada como signo de locura, es decir, de histeria."

lunes, 16 de junio de 2008

La Familia

En la familia somos todos del campo, todos pensamos igual respecto de todo o así lo aparentamos porque aparentamos todo. A quien no está de humor o con ánimo civilizante, se le frunce el ceño. Quien busca un poco de camorra como deporte sano que es en algunas otras civilizaciones, es deportado a la mesa de los pequeños, que tampoco pelean. No se discute nada porque pensamos todos lo mismo y si esto no es cierto se lo aparenta. Mantenemos el satus quo que de status no tiene nada y de quo no sé porque siempre me dio miedo esa palabra gelatinosa. Las matriarcas reinan, de más está decirlo. A los patrircas se los tolera, como a niños. Obligatorios son los por favor, gracias y los qué rico durante la comida abundan. Es marca de la civilidad que de tanto en tanto se nubla por culpa de alguno que olvidó la palabra clave. Se habla mucho de comida, siendo un tema poco conflictivo. Es de buen entender que nadie empiece a comer hasta que todos los comensales se hallen sentados a la mesa, y nadie osará levantarse hasta que todos hayan terminado. Tradicionalistas, las mujeres levantan la mesa mientras los hombres hablan de cosas de hombres, como en los viejos tiempos, tan bonitos. Fumar es negativo y todo lo negativo es excomunicado de la comunidad al instante, así como el conflicto, cuando sentados a la mesa. La paz reina, a veces in absentia. El que se queja se queda solo, al rincón, para que aprenda que la vida es bella. No hay nada de qué quejarse. Vivimos en el mejor de los mundos posibles y somos todos del campo.

sábado, 7 de junio de 2008

Hambre

El chico se acercó a su mesa con el mismo discurso de siempre : una ayudita por favor, una monedita no tiene don ? Pero, cosa insólita, el mocoso tuvo el descaro de sentarse a su mesa justo cuando le traían su filet de pollo con puré. La mosa, tan sorprendida como él, se quedó ahí parada, observando la escena. Gabriel nunca se había sentido tan incómodo. En flor de aprieto lo había puesto el chiquito éste que ahora lo miraba con ojos grandes y acuosos, y, como inspirado por el filet, parecía ahora cantar : tengo mucho hambre señor por favor algo para comer. Lo miraba a los ojos y, con un dramatismo jamás visto en teatro alguno, bajaba la mirada hacia el filet y luego volvía a posarla sobre su ahora furiosa audiencia quien pronunció la crítica final ante semejante espectáculo : "yo también", y le hincó el diente al codiciado pollo.

lunes, 2 de junio de 2008

La abuela y el general

De espaldas a la puerta de entrada, sentada en su silla de ruedas; por su chalina gris la reconocí. Llevaba puesto un gorro de lana, sostenía en brazos un perro de peluche envuelto en un pañuelo. La abracé, envolviéndola con la ternura que su figura me transmitía. La besé, me besó. Empezó hablando del perrito y del peligro que éste corría en caso de que volviera el general. No iba a permitir que se lo llevara. Ella se ocupaba de él, era suyo; el general no tenía derecho a quitárselo. Le pregunté acerca del perrito, dónde lo había encontrado, si era feliz. Ella hablaba, me contestaba, le hablaba al perrito, y al general. Sostuvimos esta semi conversación durante algunos minutos pues no era insostenible, como muchos pensarían, sino todo lo contrario. Le aseguré que el general no tenía derecho alguno al perrito, que era suyo, que la quería sólo a ella. Pero mis palabras no la atravezaban, tan sólo esa imagen, la del perrito a quien protegía; tan sólo esa protección, que sólo ella podía brindar. Los dejé solos, a mi abuela, la dama del perrito, y su nuevo amigo. Los dejé preguntándome qué pasaría con ellos, si el general vendría a reclamar su presa, si mi abuela cedería. Me dije que no. Apreté los dientes al cerrar la puerta y me aseguré que no, que nadie iba a separarlos. Acompañada por esa ficticia certidumbre abandoné aquel lugar inhóspito donde mi abuela se albergaba por voluntad ajena y me dije, me aseguré, que estaba acompañada, que el general nada podría contra ella. Pero quién es, me pregunté desorbitada, este general que rapta perros en medio de la noche? Y así envuelta en fantasía ajena caminé largo rato temiendo su llegada.